Aunque con una pequeña oposición mía (por aquello de ser reacio a visitar lugares masivamente turísticos) una de nuestras paradas durante los 15 días de recorrido que realizamos por Tailandia fueron las ya famosas Islas Phi Phi. He de reconocer, que a pesar del turismo masivo, de las pocas personas locales que viven allí y de sentirme prácticamente como si estuviésemos en cualquier país europeo en vez de en continente asiático, la visita fue altamente satisfactoria. Fueron más que nada sus paisajes, sus playas, su imponente naturaleza, lo que me hicieron sentirme realmente cómodo en aquel lugar. No tanto sus altas temperaturas -a pesar de encontrarnos en pleno noviembre-, su elevada humedad, sus continuas fiestas enfocadas puramente a occidentales o los abusivos precios en comparación con el resto del país que se manejan.

Pero ahora que vuelvo a entrar en la carpeta de «Tailandia», y en ella en la subcarpeta «Phi Phi», y vuelvo a ver aquellas fotos, sacadas 5 años atrás, mi mente vuela inmediatamente a aquel hermoso lugar.

Esa brisa suave típica de lugar paradisíaco, las playas de arena casi blanca, aguas claras y cristalinas, de un verde-azulado que permitían ver el fondo mismo con tremenda claridad, la abundancia de pequeños peces revoloteándote alrededor sin temor alguno a la presencia humana, las sonrisas de los tailandeses, que por algo se le llama «el país de las sonrisas»… Definitivamente fue una buena decisión visitar aquella isla por algunos días, aunque nuestros bolsillos y mi presupuesto de viaje (que no era para tirar cohetes) se resintieran un poquito.

Recuerdo que recorrimos la isla «de cabo a rabo», sumergiéndonos en lo profundo y cerrado de su vegetación, por momentos, donde fuimos a parar a algunas playas vírgenes, y otras «no tan vírgenes» puesto que estaban en plena construcción de más resorts y hoteles que poco a poco acabarán saturando y destrozando naturalmente la isla, por desgracia.

Justo hoy, casi cinco años después, entro a Google Maps para visualizar satelitalmente todas aquellas partes de la isla y playas vírgenes que aún entonces se salvaban del turismo de masas y la construcción desproporcionada. Como era de esperar, su virginidad se esfumó para siempre. Hoy son un reguero de «bungalows» y construcciones hoteleras que han deformado la estructura natural del paisaje de una forma seguramente casi irreversible. Cosas del ser humano. A pesar de todo, si tuviera la oportunidad no dudaría en volver a dejarme caer por aquellas tierras naturales unos cuantos días. ¡Incluso una semana! 😃