Comienzos del año 2020. El llamado «Covid» era tema recurrente de conversación, pero aún no había resquicios de cuarentenas ni encierros forzados.
Llegué a aquella, la primera de las 7 maravillas del mundo moderno que verían mis ojos, con pocas expectativas. No creía que fuera para tanto. Pensaba que cuanto más bombo le daban a una «atracción turística», peor.
Me equivoqué por completo.
Frente a mí se presentaba una enorme estructura pulcramente blanca, casi fantasmal entre aquella ligera niebla que emanaba del río Yamuna, justo a las espaldas de aquella maravilla arquitectónica.
Nunca más volví a desconfiar de la belleza de las consideradas 7 maravillas del mundo moderno, y hoy en día aún sigo esperando el deseado momento de estar frente a la siguiente.