Conforme uno va leyendo cada tomo de la saga «La Torre Oscura», más te vas dando cuenta o tienes la sensación de que al autor se le está atragantando, quedando grande o simplemente aburriendo de la misma. A excepción de «Mago y Cristal», parte con la que el bueno de Stephen logra refrescar la trama trasladándonos de una forma sutil y como él sabe hacer a la infancia y juventud de Roland, el pistolero, y la historia con su único gran amor, Susan, el resto de últimos tomos van en un completo declive descendente de sentido e interés.
A pesar de esto lo que quizás no me esperaba era que tras leer este tomo, el último de la saga, donde por fin, tras tantos y tantos kilómetros, aventuras, sangre y muerte, Roland consigue llegar y penetrar en su ansiada Torre Oscura, me quedarían más dudas que respuestas.
¿Quién era el Rey Carmesí y cuáles eran sus propósitos reales? ¿Porqué Mordred termina convirtiéndose en algo tan insignificante, débil e irrelevante después de tanto bombo? ¿Porqué Jake sigue vivo al final si se suponía que había muerto en un «cuando» o mundo del que ya no podría volver más? Porqué, porqué y porqué, como diría Mourinho… Y lo más triste de todo es que son preguntas que ni el mismo Stephen King sabría responder.
Así que nada, terminamos de leer la saga de La Torre Oscura al completo con este tomo, que tan buenos como malos momentos nos ha dado, y tras casi 1.000 páginas de libro nos quedamos ciertamente con un regusto un tanto amargo, con más preguntas que respuestas, y con una sensación de que se podría haber dicho mucho más, haber explicado más, haber resuelto mucho más.
¿Y el final? Pues qué decir del final… Tan sólo diré lo que el mismo Stephen King ha declarado en algunas ocasiones y ha demostrado en muchas más en algunas de sus obras: «no soy bueno para los finales».
¡Hasta siempre Roland!